Los
anarquistas españoles: los años heroicos1868-1936
Murray Bookchin
Bookchin,
Murray: Los anarquistas españoles: los años heroicos 1868-1936
(trad. Ernesto Rubio) Valencia, Numa, 2001 (Viva la República,
1), 457 págs., 3.000 pts.
«Pocas
imágenes de una sociedad libre han sido tan groseramente tergiversadas
como las del anarquismo» -dice Bookchin en el primer capítulo
de este ensayo en el que pretende dar a conocer de forma amena la filosofía
y la historia ácratas a un público americano que no conoce
la idiosincrasia española. El autor explica y aclara las razones
de la difusión y aceptación de la Idea entre el proletariado
español con la llegada de Fanelli, el italiano amigo de Bakunin,
en 1868 a la Península. Lejos de las férreas doctrinas
marxistas claramente definidas como ideología para el cambio
social, el anarquismo es un movimiento opuesto a toda jerarquía,
injusticia u opresión, difícil de delimitar dentro de
un credo determinado, y como tal, de alguna manera, se puede apreciar
a lo largo de la historia humana.
Unos y
otros estudiosos de este período resaltan la labor que los anarquistas
realizaron. No pretendían solo una mejora económica o
una simple reducción de las horas de trabajo (en una época
de agotadoras jornadas laborales), sino que aspiraban a disfrutar del
tiempo libre necesario que les permitiera cultivarse y conocer la realidad
en toda su complejidad. El placer de conversar y discutir llenaba unas
vidas anhelantes de sabiduría. El apoyo mutuo, el respeto, la
solidaridad y la hospitalidad eran las virtudes más apreciadas.
Su revolución era personal y comunitaria y su amor por la lectura,
una de las prácticas más queridas. Fundaron escuelas para
que sus hijos pudieran aprender a leer y escribir sin tener que asistir
a centros religiosos, que entonces monopolizaban la educación
y transmitían a los alumnos los prejuicios sociales de la época
(un oscurantismo ancestral que impedía conocer la realidad contemporánea)
y no los avances científicos y técnicos que se desarrollaban
entonces. Luchaban contra la prostitución, el alcohol y el tabaco.
En la alimentación, algunos proponían el vegetarianismo
como una forma de vida más saludable. También practicaban
los baños de sol o el desnudismo en el campo y las playas. Aprendían
Esperanto para que ninguna lengua fuera una barrera que impidiera comunicarse
a unos hombres con otros, rompiendo las fronteras entre naciones, en
las que no creían.
Los grupos
anarquistas supieron llegar a los trabajadores e imprimir a la sociedad
de su tiempo una dinámica de lucha contra las injusticias y la
opresión del Estado. Año tras año, década
tras década de la difusión de la cultura y las prácticas
libertarias, llegaron a poner en jaque al Estado español y países
vecinos como Francia e Inglaterra se asustaron del ejemplo.
Inevitablemente
y de forma acertada, Bookchin no elude el análisis del uso que
hicieron de la violencia en determinadas circunstancias grupos o personas
que de forma muy puntual y minoritaria recurrieron a ella en alguna
época. Una anécdota sin mayor trascendencia dentro de
la inmensa labor cultural, social y educativa del anarquismo si no fuera
por la insistencia del Poder en no olvidar ningún atentado anarquista.
Y no todos los atentados que se le atribuyen a grupos ácratas
fueron realizados por los libertarios. Hubo algunos provocados por la
patronal o la policía, que realizaban un acto terrorista para
poder justificarse ante la opinión pública de la feroz
represión que ejercían sobre el movimiento obrero organizado.
Los anarquistas aprendieron de estos montajes y siguieron con su dinámica
de filosofía libertaria que les caracterizaba. La violencia podía
ser usada para defenderse, pero la Revolución social no se hacía
a través de actos heroicos o suicidas, ni se alcanzaba en unos
días o semanas. Los grupos anarquistas sabían cuán
contraproducentes eran los atentados. El Estado los justificaba para
poder iniciar una represión desmedida y los trabajadores que
se sentían atraídos por las ideas se alejaban de las organizaciones
anarquistas por precaución. Este fenómeno fue similar
en otros países. Emma Goldman explica muy bien la experiencia
del movimiento anarquista en Estados Unidos en su autobiografía
Viviendo mi vida. La sociedad anarquista llegaría a través
de la conciencia, el apoyo mutuo, el conocimiento, el ejemplo... Una
sociedad no se impone por la violencia, al menos la anarquista, sino
a través de una filosofía libertaria que impregne a todos
los miembros que la componen y que decidan formar y ser parte de ella.
El Poder,
temeroso de su debilidad (sin la fuerza y la imposición no sería
nada), nunca toleró el anarquismo. A principios de siglo xx,
Francisco Ferrer y Guardia funda la Escuela Moderna. En poco tiempo
la idea se fue extendiendo y se crean numerosos centros con la misma
pedagogía: coeducación (niños y niñas en
un mismo aula), supresión de exámenes, eliminación
de castigos y malos tratos a los alumnos, planes de estudios basados
en las ciencias naturales, racionalismo moral y sin dogmas religiosos...
La labor anarquista iba encaminada a tratar de erradicar el analfabetismo,
que en la época alcanzaba el 70% de la población española.
La Iglesia, temerosa de la experiencia, comienza una campaña
junto al Estado que culminará en la ejecución de su fundador
acusado de promover la Semana Trágica de Barcelona.
Opuestos
a la guerra, los anarquistas alentaban a la deserción de los
ejércitos. Cuando la Guerra de Marruecos, se hizo una campaña
de protesta para que los jóvenes no fueran a morir por una causa
ajena a ellos. El interés en el dominio de Marruecos radicaba
en los poderosos. Consecuencia de la campaña contra la guerra,
estalló en Barcelona la Semana Trágica y la represión
fue feroz. Hoy se sabe que la Monarquía española puso
mucho empeño en esta guerra y que envió a miles de trabajadores
a morir al norte de África, pero también sabemos de la
hipocresía de los gobernantes. El Estado español, a la
vez que mantenía la guerra, vendía armas al enemigo con
el fin de enriquecerse.
Ante cualquier
postura crítica (educación libertaria, anarcosindicalismo,
antimilitarismo...) desde la que se cuestiones al Estado, como se puede
ver a lo largo de las páginas de este libro, el Poder responde
con suma violencia.
Desde el sindicalismo, donde la corriente anarquista trató de
influir en el mundo laboral contra las desigualdades sociales, las organizaciones
libertarias sufrieron la represión del Estado que se oponía
a cambiar unas pésimas condiciones de trabajo y salario que eran
mantenidas por la patronal.
A los orígenes
de la CNT y a la influencia del anarquismo en el movimiento obrero a
través del sindicalismo le dedica el autor un capítulo
del libro. Bookchin explica el funcionamiento de abajo a arriba de la
Organización y resalta que el local sindical no era un centro
de burócratas. Son los propios trabajadores los que realizan
en su tiempo libre y sin ninguna remuneración ni profesionalización
las tareas, y resuelven los asuntos no solo laborales que sufren, sino
que además realizan actividades culturales. CNT no era solo un
sindicato, era una organización fuertemente comprometida con
la realidad social, y su apoyo a los presos era constante y generosa.
Su actitud radical viene desde los orígenes. Pocos días
después de ser fundada la CNT, el sindicato declara la huelga
general. Su vida oficial duró poco; justo acababa de nacer y
pasó a la clandestinidad, una constante a lo largo de su historia.
A partir
de los años veinte, la división de las dos tendencias
y de los distintos cambios y estrategias sindicales en el seno de la
Organización son más pronunciadas. Por un lado los partidarios
de la insurrección y de la revolución para transformar
la sociedad; por otro, los que proponían que había que
adaptarse a las circunstancias, ganándose a las masas de trabajadores,
cultivarse y estar preparados para el cambio, dejando previamente de
ser una minoría. Estas luchas internas y los enfrentamientos
entre las dos tendencias, por un lado los sindicalistas (con la firma
del Manifiesto de los Treinta) y por otros los radicales de la FAI,
crearon gran tensión en el seno del movimiento. El llamado sector
moderado de la CNT veía las actividades de la FAI como algaradas
y reacciones inmaduras pues consideraban que la mayoría de los
trabajadores y de la sociedad española no estaban preparados
para hacer la revolución, que lo que podían conseguir
por esa vía era «un fascismo republicano». Por su
parte, la FAI acusaba a los llamados moderados de traidores y renegados.
Alianzas, acuerdos y desacuerdos, en la misma CNT, FAI o con otras tendencias
o ideologías, como la socialista, tuvieron que ser abordados
porque la situación los imponía: la posible llegada del
fascismo al Poder. El Partido Comunista, un grupúsculo casi inexistente
en España en los inicios de la II República, bajo la llamada
a la unidad y con un gran y decidido apoyo de Rusia, supo sacar buen
provecho de ello. Con su lema «todos unidos contra el fascismo»,
los comunistas fueron adueñándose de los cargos de los
partidos de izquierda. Una vez consolidada su fuerza, tuvo nefastos
resultados para los anarquistas y los miembros del POUM durante la Guerra
Civil
No son
años heroicos, como dice el subtítulo del libro, pero
sí son unas décadas durante las cuales el anarquismo tuvo
una gran influencia y realizó una encomiable labor social, sindical
y cultural que ningún otro grupo supo realizar de forma tan profunda
y radical.
Cierra
el libro con una reflexión sobre qué hubiera podido ocurrir
si se hubiera aplastado el golpe militar de Franco. Surgen muchas interrogantes,
¿hubiera podido sobrevivir en España una sociedad autogestionada
y anarquista en un mundo que se tenían repartido el capitalismo
y el comunismo autoritario?
Debemos felicitar a la recién creada editorial Numa su apuesta
por la publicación de un libro anarquista (no acertadamente encuadrado
en la colección Viva la República), al que le ha dedicado
el esfuerzo de realizar una nueva traducción, distinta de la
que Grijalbo hiciera para la primera edición en castellano, que
salió en 1980 y hoy se encuentra agotada. Quizás por el
gran trabajo que supone traducir, hubiera sido mejor dedicarlo a dar
a conocer a los hispanohablantes otras obras de Bookchin que aún
no han sido traducidas al español y que son de un gran interés,
aunque son ensayos no tan amenos como este que ahora presentamos, y
su lectura requiere de más paciencia y dedicación.
Amador